Vivimos en una sociedad en la que prima el individualismo. Una sociedad en la que el sentimiento de comunidad parece haberse ido para no volver. Vivimos juntos, sí, pero en sentido literal. A pesar de estar rodeados de personas, cada vez nos sentimos más solos.
Paradójicamente, la misma tecnología que nos permite ahora establecer relaciones y comunicarnos con personas a miles de kilómetros de distancia nos ha hecho olvidar a los que tenemos cerca. ¿De qué sirve poder hablar con alguien que se encuentra al otro lado del charco si no somos capaces de pedirle un favor al vecino de enfrente?
No se trata entonces de una cuestión de logística, si no de confianza. Es cierto que ahora no es tan habitual tener a la familia a dos pasos de casa. Sin embargo, hemos pasado de confiar los unos en los otros a desconfiar de todo el mundo. De sentirnos seguros en nuestro entorno, a hacerlo únicamente en nuestra casa. Nos hemos aislado del mundo creyendo que solos en nuestro búnker (dotado de todo tipo de medidas de seguridad) es donde estamos seguros, y que no necesitamos nada más.
Pero como dice la epidemióloga social Lisa Berkman: “Hemos perdido de vista que somos animales sociales”. Ese espíritu de colaboración que predominaba décadas atrás y que se sigue dando en países menos desarrollados, prácticamente brilla por su ausencia. Y ahora que más nos necesitamos es cuando menos nos tenemos el uno al otro.
No somos superhéroes, ni tenemos por qué serlo. Juntos somos capaces de mucho más de lo que lo haríamos nunca en solitario. Es así. Nos necesitamos los unos a los otros.
Juntos somos más.