En la mayoría de los casos, son nuestras propias necesidades como adultos las que dirigen la conducta de los niños hacia lo que nosotros queremos. Pero, ¿es también lo que los niños quieren? O mejor dicho, ¿es lo que necesitan? ¿Cuántas veces hemos visto a niños llorando porque se negaban a hacer algo que los adultos insistían en que hicieran? ¿Cuántas veces hemos intervenido en un conflicto incluso sin saber lo que había ocurrido? Y sobre todo, ¿cuántas anticipaciones hacemos sin la seguridad total de que eso vaya a ocurrir? «No te subas ahí, que te vas a caer…».
Este camino, el de la intervención, en realidad es el más cómodo para nosotros. No tenemos que hacer el esfuerzo por poner nuestra mirada en el niño, ni escuchar e intentar comprender sus necesidades. Verlo desde nuestro prisma es mucho más fácil. Sin embargo, de esta forma acabamos convirtiendo a los niños en marionetas con sed de reconocimientos traducidos en premios y castigos. Y eso, es realmente agotador, por no decir que no siempre funciona (como es lógico, ellos también acaban rebelándose).
¿Cuál es entonces la clave? Según Vygotsky, el papel del adulto es el de ayudar al alumno a transformar aquello que es capaz de hacer con un adulto a algo que sea capaz de hacer por sí mismo. Es decir, nuestra figura es necesaria siempre y cuando se encuentre en esa zona de desarrollo próximo. Y sobre todo, con el objetivo de fomentar su autonomía.
Puede parecernos que eso es algo que ya hacemos, pero si queremos que sean personas realmente capaces y autónomas, es necesario hacer un cambio de mirada. Escucharlos, confiar en ellos y acompañarles en su camino. Parece sencillo, pero no lo es. Acompañar es todo un arte. Requiere de paciencia, de saber observar, y sobre todo, de humildad. Hoy en día sabemos que el niño no es un recipiente vacío que nosotros debemos llenar, sino que desde el momento en el que nace ya es una persona que sabe lo que quiere y lo que necesita. Sí, quizá no sea siempre consciente de ello o no sepa cómo transmitirlo, pero lo sabe. Y nuestra labor como adultos es ayudarle a interpretarlo y actuar en consecuencia.
A veces, hacemos más por ellos cuando no lo hacemos. Cuando parece que no estamos, pero estamos ahí. Porque acompañar es estar a su lado.