¿Cómo puede ser que haya niños que tengan la sensación de hacerlo todo mal? ¿Qué estamos haciendo para que un niño de 11 años se sienta inferior a sus compañeros por sacar menos nota en los exámenes? La autoestima no debería reducirse al rendimiento académico de una persona, ni mucho menos a un número. Somos mucho más que eso.
Utilizando la analogía de las fichas de póquer, la autoestima podría medirse por la cantidad de fichas que uno tiene para jugar al juego de la vida. ¿Cómo se consiguen? Cada vez que alguien nos felicita, cree en nosotros y/o nos transmite un mensaje positivo nos está dando fichas. En cambio, si estos mensajes se tornan negativos («Es que no sabes hacer nada solo…»), nos las están quitando.
Todas éstas experiencias contribuyen a crear una imagen de uno mismo, algo que adquiere especial relevancia en los primeros años de vida. Por eso, el qué y el cómo se digan las cosas cuenta, y mucho. No todo es blanco o negro. No hay nadie tan malo ni tan bueno. Todo depende de dónde pongamos el foco.
Está claro que no podemos controlar todas las experiencias que rodean a los niños (tampoco sería sano), ni conocer el impacto que tendrán sobre ellos. Sin embargo, tenemos la oportunidad de abrir «la cuenta bancaria de la autoestima«. En ella, podrán almacenar todas las fichas de póquer que le demos. Por tanto, nuestro trabajo consiste en encargarnos de que tengan suficientes fichas de póquer para poder afrontar lo que venga. Cuantas más tengan, más confianza tendrán para enfrentarse a los retos que la vida les ponga.
Y para ello, es importante empatizar con sus emociones, ponernos en su piel y hacer el esfuerzo de ver las cosas como ellos lo hacen. Sólo así podremos comprenderles y ayudarles de a conocerse mejor y quererse a sí mismos.